viernes, 5 de diciembre de 2008

CoMiC ChiLeno



PEPO

CREAR personajes es mucho más difícil que crear hijos. Seguramente. Pues estos últimos llegan poco menos que por vías del azar, en tanto que aquellos son el producto de un trabajo realizado con disciplina, con sacrificio, con talento y cariño. Cierto es que no siempre nuestras creaciones logran llamar la atención de los demás. Así ocurre siempre; así es la vida: no todos los hombres se destacan ni todas las mujeres van por el mundo causando asombro. Todo es cuestión de atractivo, de relieves que rebaten los patrones comunes de la personalidad, de sex appeal si se quiere, de atributos, en fin, prodigados con exuberancia en determinadas personas.
Por eso no todos los artistas del cine, por ejemplo, pueden ser calificados de estrellas, ni todos los que practican deportes son campeones, ni todos los que gustan de las hazañas alcanzan los laureles reservados a los héroe. Así ocurre en la vida, tan pródiga en nulidades y medianías. Y no es que se les pidan peras al olmo ni lúcumas a la higuera, aparte de su misteriosa floración en la hora sombría de San Juan; nada de eso ni mucho menos. Y tal ves sea mejor así. Porque un parejo nivel de capacidades y conocimientos podría acarrearnos dificultades mucho más serias que las que hoy palpamos y sufrimos.
Estamos viendo por todas partes cómo los aptos para el poder (por haberse multiplicado en demasía) se pelean entre sí por conseguirlo; vemos también cómo los hombres de ciencia, en su afán por destacarse, inventan armas poderosísimas, con el fin de hacer trizas el mundo, no porque lo encuentren demasiado grande, sino porque —¡paradoja de nuestro tiempo!— les queda chico; cuando lo justo sería, en este caso, aserrucharlo de polo a polo y... cada mitad para su santo. Lógico. Y se acabaría la puja, y cada hombre tendría una paloma en su ventana. Pero no sigamos por ahí, que ése no es nuestro propósito, y volvamos al tema; digamos mejor, abordemos el tema que nos habíamos propuesto.
Queremos destacar en esta ocasión el personaje de una revista —OKEY— que goza de gran simpatía entre los niños, porque es un buen amigo de ellos y es, además, un héroe macanudo con todos sus cachivaches y con toda la barba. Este personaje es Condorito, “Condorito aventurero”. Se trata del cóndor chileno, ave que goza del alto privilegio de ostentar su arrogante efigie en nuestros blasones, y al que el dibujante Pepo (René Ríos) ha humanizado con su lápiz extraordinario, caracterizando en él al hombre del pueblo, al rotito empeñoso, descachalandrado y aventurero, servicial y bueno corno el pan, y tan chilenazo como Usebio Olmos, al que tanto se parece por su carácter, con la diferencia de que el personaje de Juan Manuel Rodríguez era tarambana, maldito y chinchibi, y como papel secante para el litro; y a Condorito todavía Pepo no lo inicia en los ritos báquicos, en los que aquél alcanzara un alto grado. Y como estamos seguros de que no lo hará. nos lanzamos a la Calle a proclamar nuestra adhesión a Condorito, que debe tener algún parentesco con Don Rodrigo, ese otro personaje tan simpático creado también por Pepo y que, desgraciadamente para los pequeños lectores de OKEY, vive sus aventuras en las paginas de otra revista.
Condorito es un mono con personalidad, con carácter, con alma. No es alegre, y ése es uno de los rasgos que lo caracterizan- Aun cuando lo esté pasando bien, notamos en su expresión un dejo, no precisamente de amargura, sino mas bien de nostalgia; posiblemente nostalgia por el blanco picacho donde Pepo, engañándolo con su lápiz y la magia de su trazo seguro y maestro, logró aprisionarlo en las páginas de OKEY. Y ahí "vive" Condorito. Ahí lo conocí, y en ese su estrecho escenario le vengo viendo actuar desde los números iniciales de la revista. En buenas cuentas, yo soy uno de los millares de admi¬radores que a lo largo del país (y fuera de él) debe de tener Condorito.
¿Cómo no recordarlo aquella vez que se encontró un boleto de lotería? Condorito. como es natural, hizo cuentas muy alegres. Tenía razón; podía resultar premiado con "el gordo". Y, entonces, unos cincuenta trajes le vendrían muy bien. Y se iría a comer a un restaurante de lujo. Y se compraría un automóvil del último modelo. Y se haría construir un castillo en Viña del Mar. Y se casaría con una mujer muy bella... Pero. ¿qué está pensando? ¿Casarse? "No —se dice Condorito, filosóficamente—; ¿para qué voy a complicarme la vida.. .?" Y rompe el boleto y sigue tranquilo su camino.
En otra ocasión, un amigo suyo le dice que todo individuo tiene en su alma un "yo bueno" y un "yo malo", y que entre ellos se libra una lucha constante, lo que nos explica las vacilaciones y titubeos del hombre en muchas circunstancias. Condorito. sugestionado por las palabras de su amigo, pierde su tranquilidad y su apostura; empieza a sentir de manera muy ostensible la presencia de estos yoes, que lo zarandean, instándolo uno a la maldad, en tanto que el otro le señala el camino del bien. Para qué decir que Condorito sufre "las de Quico y Caco" con unos líos que surgen de todo lo que hace y no hace.
Otra vez unos hombres (compañeros o amigos suyos) luchan con él, y concluyen anestesiándolo de un garrotazo, para poder meterlo en unos baños públicos. Después del baño salen con el reacio Condorito y le dicen: "¿No ves que teníamos razón? Si no te ibas a morir. . ."
¿Y cuando quiso vencer su complejo de inferioridad? ¿Y cuando soñó ganarse una gratificación con el perro danés? ¿Y aquella escena con un chiquitín de esa casa de donde se le llamó para arreglar el desperfecto de una cañería? Recordémosla. El agua va llenando el sótano, y él con el muchachito, sentados en uno de los últimos peldaños, ven cómo el agua va subiendo y cómo Oscilan en la superficie unos barquitos de papel en que ellos han echado a navegar su fantasía... Y, en el éxtasis de la contemplación, el espíritu de Condorito parece salírsele por los ojos y deslizarse en vuelo seráfico alrededor del aura del niño embelesado. Toda esa tristeza de los hombres que no tuvieron infancia se manifiesta, como goteando, en los rasgos simples de este cóndor hecho hombre por el lápiz de un gran dibujante.
Yo no conozco a Pepo, y a Condoríto lo conocí casualmente. Veamos cómo ocurrió eso. Empecé a comprar la revista OKEY para Omar, mi puchusco. y un día se me ocurre echarle una ojeada, y me encuentro al personaje de mi crónica. Así fue. Y desde ese día lo busco todos los sábados. Y una semana en que falló sufrí un gran desencanto. "Omar, ¿sabes? —dije a mi hijo—; no salió Condorito." Y el niño, alarmado: "¿Qué pasó? ¿Se murió Condorito?"
Así, bolseándole la revista a mi chiquitín, conocí a Condorito. Y hoy me siento tan amigo de él como mi niño, como tantos niños amigos de este pájaro que bajó del Andes trayendo en su gesto la pátina eterna de la soledad, y en su alma, la pureza alba de nuestras montañas.


H.B.

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